La tecnología biométrica basada en el reconocimiento del iris poco a poco se consolida como la alternativa de seguridad que brindará más confianza, pero también se concibe como factor extra de autenticación por el bien de usuarios y empresas.
Las contraseñas dada su fragilidad están condenadas a desaparecer. Incluso nos atreveríamos a decir, más que condenadas, obligadas: obligadas por los tiempos que corren, por el aumento de las amenazas, por la sofisticación de su naturaleza y por el deseo de los usuarios de preservar su seguridad lo máximo posible.
El escenario no puede ser más complejo: uso masivo de aplicaciones personales y profesionales para trabajar o bien para realizar gestiones, diversificación de la utilización de dispositivos móviles para manejar dichas aplicaciones, un estilo de vida más móvil… Y dos consecuencias contrapuestas: uso de contraseñas cada vez más complejas y difíciles de recordar, o bien otras que cualquier ciberdelicuente podría –si se lo propone– descifrar en cuestión de segundos.
Al oír hablar de la Dark Web y más de uno sufre escalofríos semejantes a los que provoca una ráfaga de viento frío; el terreno que mejor dominan y más conocen los amigos de lo ajeno. Un universo donde los datos pueden costar millones de dólares.
¿Ejemplos? No hace falta ir muy lejos. Recientemente, Yahoo admitió el robo de datos de 500 millones de cuentas en lo que fue uno de los mayores hackeos de la historia.
El problema está como el anuncio del conejito de las pilas Duracell: y dura, y dura, y dura…, por ello implementar este tipo de tecnologías de seguridad biométrica se ha convertido en una prioridad para reforzar la seguridad, de los usuarios, los datos, y las empresas.
-Victor Manuel Fernández, IDG.es