Los que nacimos a fines del siglo XX podemos contar los varios paradigmas que vivimos. El primero fue el mundo dividido en dos partes: capitalistas vs socialistas. Recuerdo mi libro de primaria, en el cual se veía dónde terminaba y comenzaba el mundo en un dibujo muy claro: una línea dividía Alemania: se llamaba “el muro de Berlín”.
Luego vino la caída de la hegemonía soviética y con ella surgió el Internet. El nuevo paradigma era vender en línea, tener cuenta de correo electrónico y un teléfono celular del tamaño de un tabique. A principios del siglo XXI, la llamada “burbuja punto com” del 2001 derrumbó cualquier esperanza, excepto Amazon, el resto de las empresas debieron recuperarse de la debacle, madurar y crecer.
Casi al mismo tiempo apareció otro paradigma: el terrorismo. El combate contra este cáncer hizo que se olvidara el ambiente y la pobreza en el mundo, el objetivo fue combatir talibanes, para garantizar la seguridad y la paz mundial. Una vez hallado Osama bin Laden, se terminó esta idea unificadora.
Hace un par de años nos sorprendió el coronavirus y con él toda una revolución mundial de cambios, temores, aciertos y derrotas en temas económicos, políticos y sociales.
Casi sin notarlo en medio de todos estos modelos que han moldeado nuestro pensamiento, los medios de comunicación impulsaron y crearon la globalización, que nos permite estar conectados a través de Internet. Tanto la radio como la prensa se adaptaron a este nuevo paradigma, pero quien más se transformó fue la televisión.
La capacidad de ver contenidos a través de Internet, llamado streaming; la venta especializada de series, películas y documentales, sin comerciales, con un menú a la carta para escoger el tiempo y el lugar para ver cientos de miles de horas de televisión, ha transformado el entretenimiento en el mundo.
Netflix encabeza este esfuerzo, pero la guerra por el streaming ha creado nuevos competidores como Disney+, HBOMax, Apple TV+, Amazon Prime, entre los más importantes, aunque productoras de cine y comercializadoras de contenido siguen batallando por la audiencia global.
El paradigma de Netflix nos ha alcanzado casi de manera imperceptible. Sin notarlo, su algoritmo –que nos arroja series y películas todos los días– está cambiando nuestros valores, creencias, hábitos y expectativas. El “ejemplo a seguir” que nos impone Netflix está en la comparación y la repetición.
El paradigma Netflix nos muestra realidades distintas qué contrastan con la nuestra.
Policías de Finlandia, Noruega, Estados Unidos que atrapan criminales y asesinos seriales. Hospitales y médicos de lujo que hacen cirugías complejas para salvar la vida de sus pacientes, son humanitarios, tranquilos y respetuosos.
Nos presenta abogados capaces, honestos, bien pagados y perfectamente vestidos. Empresarios exitosos, ladrones y narcotraficantes inteligentes que logran burlar a las autoridades hasta que es demasiado tarde, pero que pueden ser modelos a imitar por nuestros adolescentes o nuestros hijos. Familias felices, familias homosexuales, monoparentales, hijos rotos, padres destrozados, asesinos seriales encontrados.
Contrastar estas “realidades” que provienen de distintas nacionalidades, culturas y status sociales, nos permite comparar con nuestra realidad. ¿Así deben ser nuestros policías, médicos, abogados? ¿Así de tolerantes e incluyentes son nuestras familias? ¿De esta forma deben ser nuestras calles, servicios públicos y gobiernos?
Después de ver treinta o cincuenta capítulos, la comparación obliga al contraste, a la frustración y la exigencia de un mejor gobierno, un mejor médico, policía, sistema de salud y de construcción social. El paradigma Netflix.
En segundo lugar, esto ocurre por repetición. No es la única película, serie o documental, sino que hay cientos de ellas que repiten los mismos modelos de país, modelos de sistema de salud, modelos de sistemas de justicia. Tras años de seguir el “modelo Netflix”, que pueden copiar otras compañías con mayor o menor éxito, el televidente se rinde ante la evidencia: “Así debe ser la realidad y, si no es así…, estarás frustrado”.
Mis opciones son cambiar mi entorno o emigrar a un país con esas características que tengo sembradas en el cerebro: el paradigma Netflix.
Estas dos características –la comparación y la repetición– son las primeras que muestran el paradigma, pero no las únicas. El algoritmo, el control social, la distracción y el control de la creatividad son otros que comentaré en otro momento. Por ahora le invito a darse cuenta de qué tanto Netflix está cambiando su estructura de pensamiento, sus decisiones, sus intereses. Haga la prueba, verá que no estoy equivocado.
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El autor de la columna “Tecnogob”, Rodrigo Sandoval Almazán, es Profesor de Tiempo Completo SNI Nivel 2 de la Universidad Autónoma del Estado de México. Lo puede contactar en tecnogob@pm.me y en la cuenta de Twitter @horus72.