El debate nacional sobre los libros de texto gratuitos, su contenido discutible, pero sobre todo la imposición por parte de las autoridades responsables para decidir el contenido sin apegarse a la ley, permite afirmar que hay un desconocimiento sobre la finalidad de esta gran herramienta educativa.
Si bien los libros de texto son un vehículo de comunicación masivo, una herramienta de adoctrinamiento del estado, también ayuda a construir un nivel mínimo de calidad educativa entre todos los estudiantes del país. Ese fue el espíritu para impulsar esta política pública.
Sin embargo, esto tiene un costo importante para el erario público. Según datos proporcionados por INEGI hay alrededor de 21 millones de niños en edad escolar básica (primaria) que se encuentran inscritos. Y el costo de impresión por libro es de 10 pesos por libro, si los chicos reciben 4 libros en promedio, una simple operación arroja un gasto aproximado de 840 millones de pesos. En 2019 la SEP dio datos de un supuesto ahorro y sólo gastar 154 millones de pesos, usando papel reciclado de otras secretarías. Aún así, este “ahorro” equivale a no talar 3,744 árboles, alrededor de dos hectáreas, este dato puede ayudar a aproximarnos cuántos arboles se destruyen cada año con este objetivo.
Este presupuesto no incluye gastos de logística que requiere la distribución de millones de ejemplares a las escuelas públicas del país. El beneficio para las comunidades rurales, alejadas de las ciudades capitales es evidente: que los niños cuenten con estos libros para su educación, ampliar su cultura y sus horizontes no tiene precio.
Sin embargo, las condiciones del mundo actual, el daño ecológico irreversible que ocasiona y los problemas que ha suscitado la diversidad de opiniones en torno a sus contenidos, me llevan a proponer que ya es hora de cambiar el modelo de los libros impresos hacia los libros digitales.
Aunque soy partidario de la lectura impresa más que la digital por muchas razones, creo que un libro de texto gratuito digital tiene muchas ventajas.
Además del ahorro de los costos antes mencionados, ya que el libro podría descargarse en el teléfono celular de padres o familiares, o verse en alguna computadora o tableta, existen otras características favorables. Una de ellas es la actualización de los contenidos, que puede ser anual, semestral e inmediata. Otra ventaja es que los contenidos podrían mostrarse de distintas maneras de acuerdo con la infraestructura que se tenga en el aula: puede ser mediante audios o videos e incluso descargas para imprimir actividades, exámenes en línea. También estos libros en línea podrían contener apoyos didácticos para quienes tengan problemas visuales o requieran profundizar en temas específicos y/o polémicos.
De esta forma, el libro de texto podría ser una plataforma de aprendizaje viva, interactiva y productiva, más que hojas de papel que terminen en la basura cuando aparezca una nueva edición o termine el ciclo escolar.
La mayor crítica que tendré del lector es que hay escuelas que no llegan ni siquiera a luz eléctrica, mucho menos el acceso a internet, ¿cómo tener acceso a este “libro digital”? La respuesta es que sería resultado de un proceso escalonado y paulatino hasta lograr la digitalización completa. Dichas escuelas pueden recibir libros de texto impresos hasta que puedan tener acceso online, lo cual podría hacerse con el ahorro de los 840 millones de pesos cada año y que se invierta en estas escuelas y en el pago a sus maestros que tanta falta nos hacen. ¿Usted que opina?
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El autor de la columna “Tecnogob”, Rodrigo Sandoval Almazán, es Profesor de Tiempo Completo SNI Nivel 2 de la Universidad Autónoma del Estado de México. Lo puede contactar en tecnogob@pm.me y en la cuenta de Twitter @horus72.