—Mamá… ¿y cuando estás triste en el trabajo… quién te abraza?
Hace unos días, mi hija de 6 años y yo estábamos viendo una película juntas una tranquila tarde de sábado. Empezó a contarme cómo, a principios de esa semana, había tenido dificultades para moldear una flor con plastilina en la escuela. Después de varios intentos fallidos, se sintió tan frustrada que rompió en llanto. Su maestra —la señorita K— se sentó en el piso con ella, la abrazó y simplemente se quedó ahí en silencio hasta que se calmó. Y luego me dijo:
—¿Sabés qué, mamá? La flor quedó hermosa.
Hizo una pausa. Me miró.
—Mamá… ¿alguna vez te sentiste triste en el trabajo?
Sonreí y le respondí:
—Claro que sí. Muchas veces.
Y entonces vino la pregunta que me atravesó profundamente:
—¿Y cuando estás triste… quién te abraza?
Ese instante me dejó en pausa. Una sola pregunta de una niña me obligó a enfrentar una verdad adulta de la que casi no hablamos: la soledad del liderazgo.
La soledad del poder: una realidad corporativa
He leído sobre eso, lo he escuchado, incluso he acompañado a otros que lo atravesaban… pero sentirlo en carne propia es otra cosa. Como VP de Revenue en una organización multinacional, puedo decir que me he sentido más acompañada que aislada. Pero los momentos de soledad… son agudos, profundos y muy reales.
El liderazgo viene acompañado de responsabilidad, visibilidad y decisiones que muchas veces no se pueden compartir. A medida que ascendemos en la jerarquía, construimos vínculos cercanos, y, sin embargo, cuanto más alto llegamos, más confidencial es la información, mayores son las apuestas… y más cuidado debemos tener, incluso con quienes más confiamos.
A veces, el silencio no es distancia. Es protección. No de otros, sino para otros.
Nuestro trabajo es humano: y nosotros también
Según un estudio del Foro Económico Mundial, pasamos en promedio 90,000 horas de nuestra vida trabajando, casi un tercio de toda nuestra existencia. Es imposible no construir vínculos humanos reales y genuinos durante ese tiempo.
Y yo los he construido. He reído, llorado, bailado, luchado y celebrado con personas que se convirtieron en más que colegas: se volvieron mis amigos. Algunas de las amistades más significativas de mi vida nacieron en el trabajo.
Pero incluso con ellos, hay momentos en los que debo pausar, reflexionar, actuar sola. Porque liderar también implica filtrar, proteger y guiar.
La presión que nadie ve
Muchas veces juzgamos a los líderes desde afuera. Olvidamos que también son humanos. Liderar no es solo tomar decisiones, es cargar con ellas. Es mantenerse en silencio cuando se quiere gritar. Es ser calma en el caos, claridad en la incertidumbre y coherencia bajo presión.
Detrás de cada decisión difícil, suele haber un costo emocional. Detrás de cada “éxito” visible, hay una batalla invisible.
Por eso muchos líderes se sienten solos —no porque les falte gente, sino porque cargan con lo que otros no ven.
¿Qué ayuda? Estas tres cosas:
- Construir círculos de confianza fuera de tu organización
Mentores, coaches, pares… personas que entienden tu rol pero no están directamente afectadas por tus decisiones. - Normalizar la vulnerabilidad en el liderazgo
Liderar no es ser perfecto. Compartir las luchas, con cuidado y sabiduría, puede inspirar más que cualquier silencio. - Liderar con humanidad
No lidero porque tenga todas las respuestas. Lidero porque genuinamente quiero ayudar a otros a crecer, a prosperar y a creer en sí mismos.
El liderazgo no tiene por qué ser solitario
La soledad del poder existe. Pero cuanto más hablamos de ella, más la entendemos, y más normalizamos la humanidad en el liderazgo, menos poder tiene sobre nosotros.
Si es líder y te sientes solo, recuerde esto: No es débil. No está fallando. Simplemente… es humano.
Y en algún lugar, alguien se está preguntando:
—¿Quién te abraza cuando estás triste?
Asegurémonos de siempre tener una respuesta.
-Janeth Rodriguez Sarmiento, VP de Revenue LATAM de Infobip