Desde su concepción durante la era de las mainframes hasta hace cerca de una década, la computación científica tenía la reputación de un arte enclaustrada – una práctica arcana y bien resguardada que solamente un grupo selecto dentro de los niveles más altos de gobierno y el mundo académico podía entender. Sus máquinas eran monolíticas, su software denso y declaradamente matemático, y sus esquemas de administración inmaniobrables.
La evolución de las mainframes gigantescas en clusters más comprensivos y ahora hacia recursos remotos accesibles para todos – con la complejidad del hardware removida – es una de las grandes historias de la tecnología de nuestros tiempos. Es la historia de la democratización de la ciencia, la investigación comercial, y de las tareas impulsadas por datos de la vida diaria. Es el comienzo de la era del “emprendedor científico” que, con las habilidades adecuadas, datos y acceso a una conexión de Internet, está limitado únicamente por su imaginación.