Una vez más el debate sobre el uso de tecnologías digitales en el aula vuelve a estar a la orden del día. Esta vez son los celulares, en particular los smartphones, los que están atravesando una tormenta perfecta que combina factores muy diversos: la creciente variedad de herramientas para el aprendizaje, una amplia gama de soluciones digitales para enseñar con tecnología, la enorme preocupación por el aumento de la ludopatía en menores y nuevos modos de interacción entre familias.
Cada uno de estos aspectos encuentra en los teléfonos móviles un aliado perfecto. ¿Prohibirlos en el aula es la solución? ¿Quién debe decidir sobre su uso en el aula? ¿Cómo debe ser abordada esta problemática en el diseño de las políticas públicas?
Las políticas digitales en educación en América Latina y el mundo han puesto el foco en otro tipo de dispositivos, tales como computadoras, tablets, notebooks y netbooks, o incluso en sistemas de transmisión multimedia vía satelital, antes que en la incorporación de celulares como herramienta para el aprendizaje (m-learning). No obstante, la penetración de smartphones es cada vez mayor en la población y también en los menores.
Según la Encuesta Nacional sobre Disponibilidad y Uso de Tecnologías de la Información en los Hogares (ENDUTIH), elaborada por el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI), el uso de celulares entre niños de seis años ha experimentado un aumento del 79.2% en México. Además, dió cuenta de que el uso promedio de celulares en el país es de 6 horas y media diarias en los más jóvenes, dos horas más que el promedio a nivel internacional.
En este escenario, la UNESCO ha advertido sobre los efectos negativos que el uso excesivo de la tecnología puede tener en el aprendizaje en su Informe Global de Monitoreo de la Educación (GEM 2023).
¿Qué podemos hacer los adultos para promover un uso positivo y regulado de los celulares?
En primer lugar, como todo en la vida, es esencial establecer reglas claras y coherentes sobre cuándo, cómo y para qué se pueden utilizar los celulares, tanto en casa como en la escuela. Si bien hay posiciones encontradas, les traigo un ejemplo claro sobre cómo podemos promover el uso del celular como una herramienta educativa, incentivando aplicaciones y recursos que complementen el aprendizaje, puede transformar la percepción del dispositivo de un simple entretenimiento a un aliado.
Una experiencia práctica: el Proyecto D.I.M.E.
En el 2014 como Gerenta de RSE en Intel, junto a Telecom y el Ministerio de Educación de la Provincia de Córdoba, Argentina, realizamos una experiencia interesante sobre el uso de dispositivos móviles en educación (Proyecto D.I.M.E.).
Esta experiencia fue evaluada por la Universidad Católica de Córdoba y sus resultados fueron claros: permitió realizar actividades fuera del aula ampliando significativamente los espacios de utilización posibles, mejoró el comportamiento de los estudiantes en la clase, incrementó el entusiasmo e interés en relación con los contenidos y actividades lúdicas, permitió un mayor desarrollo del aprendizaje cooperativo y autónomo, y favoreció el trabajo colaborativo entre los docentes, permitiendo la conformación de equipos pedagógicos entre diversos espacios curriculares, entre otros aspectos positivos.
Pero no se trata de pensar el impacto en los aprendizajes sólo como un problema escolar. Desde el punto de vista de las familias, es indispensable enseñar habilidades de autogestión y responsabilidad digital para ayudar a los niños y jóvenes a desarrollar hábitos saludables y conscientes en su interacción con la tecnología. La comunicación abierta es fundamental para abordar cualquier inquietud y asegurar que el uso del celular sea beneficioso y seguro.
No hay respuestas únicas para contextos tan diversos como los que existen en América Latina y el Caribe. La clave radica en que el diseño de políticas y programas de incorporación de tecnologías en la educación no deje de lado la mirada de las familias ni los intereses de los estudiantes.
Por Natalia Jasin, Directora General y Fundadora de Bounty EdTech.