Para el crimen, las fronteras prácticamente no existen. Los grupos delictivos rusos operan en Europa o América Latina, e incluso colaboran con otros ubicados en China o en otras regiones del planeta. Los carteles latinoamericanos tienen una fuerte presencia en Europa y Asia. La diversificación de la delincuencia organizada ha generado que operen como verdaderas corporaciones transnacionales eficientes.
Combatir a este monstruo de mil cabezas plantea un enorme reto para los gobiernos y las instituciones. Es una carrera en la que los criminales muchas veces llevan la ventaja en cuanto a sofisticación, innovación y modos de operar. De entrada, no olvidemos que ellos no están sujetos a legislaciones, procesos o auditorías. Y es que uno de los mayores obstáculos para las instituciones responsables de la seguridad pública y del cumplimiento de la ley es el acceso a los datos y compartirlos, para generar información de valor que les ayude a enfrentarlos de manera efectiva, en dos palabras: producir inteligencia.
A esto se suma una estrategia de seguridad pública que carece de continuidad, un financiamiento estrictamente vigilado y enfocado en la adquisición de equipos y materiales operativos más que en la generación de inteligencia, el predominio de procesos manuales y un rezago en el uso de tecnología para procesar información sobre las múltiples y variadas actividades ilícitas para tomar decisiones efectivas.
Generar inteligencia
No obstante, las agencias se esfuerzan por modernizarse e innovar continuamente a fin de elevar los estándares de protección y actuar de forma proactiva. Que las organizaciones como el Bureau Federal de Investigaciones de Estados Unidos (FBI) basara el éxito de sus operaciones en la recopilación de información física de manera manual, de distintas fuentes en lugares diferentes, para investigar delitos como el lavado de dinero, el crimen organizado y el fraude es cosa del pasado. Han quedado atrás esos momentos en donde el lograr la infiltración de un agente encubierto en las filas del crimen organizado para entender el modo en que operaban, identificar a sus integrantes y obtener evidencia para inculparlos y comprobar los delitos era el aspecto más importante de una operación.
Hoy, gracias a la recopilación, procesamiento y analítica de datos para generar inteligencia operativa, instituciones como el FBI son capaces de analizar los flujos de dinero de millones de transacciones, las relaciones entre cientos o miles individuos, el tráfico de estupefacientes en decenas de lugares y el comportamiento de muchísimos grupos terroristas, del crimen organizado y hasta pandillas para actuar en consecuencia. La generación de inteligencia para combatir el crimen se ha convertido en una herramienta primordial para lograrlo.
Sin embargo, generar esta inteligencia ha encontrado ciertos obstáculos en otras regiones. En América Latina las estrategias de seguridad pública se han visto interrumpidas principalmente por los cambios de administración. Eso pone a los gobiernos e instituciones en desventaja frente al crimen organizado y grupos guerrilleros, por ejemplo. Lo que resulta en que los elementos de la fuerza pública actúen con lo que tienen y como pueden, poniendo en riesgo, no sólo el éxito de las operaciones, sino incluso sus propias vidas.
Tal es el caso de Colombia, que durante décadas se enfrentó a las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) sin mucho éxito debido a que cuando una nueva administración asumía el poder, se desechaban las acciones orientadas a combatirlas para implementar nuevas que resultaban ineficientes, es decir, se reiniciaba el contador desde cero en cada nuevo ciclo de gobierno.
En contraste, las prácticas ilegales de las FARC no experimentaron cambios por más de cuarenta años, por lo que los programas del gobierno colombiano eran infructuosos. Y no fue hasta que se estableció el Plan Colombia que daba continuidad al combate a este grupo y al narcotráfico que se logró elevar el sentimiento de seguridad en el país.
Lo anterior es una muestra de que las instituciones que velan por la seguridad de la población, que luchan contra el crimen requieren resiliencia y una visión a largo plazo con estrategias que puedan adecuarse al entorno imperante para elevar las posibilidades de éxito.
No se trata sólo de dinero
Por años se ha tenido la idea que destinar mayores presupuestos a una estrategia de seguridad pública es garantía de éxito en el combate al crimen, lo que no necesariamente es cierto.
De hecho, a nivel local, muchos gobiernos solicitan elevar los presupuestos de seguridad para adquirir equipo como patrullas, uniformes, cámaras de vigilancia, drones, armas e incluso aeronaves con el propósito de mejorar la protección de sus ciudadanos.
No obstante hacer un despliegue de esos recursos puede resultar inútil si no se suma a la ecuación la metodología operativa capaz de generar inteligencia obtenida del análisis de datos disponibles. Los descubrimientos que generan los datos o insights, como se conocen normalmente, que se derivan de ese análisis metodológico y eficiente, son los que permitirán tener información capaz de generar inteligencia, como un panorama de las áreas con mayores índices de criminalidad y en función de esto, por ejemplo, desarrollar una estrategia perfectamente estructurada y tomar las decisiones correctas.
De ahí que una gran inversión no generará resultados positivos si no va acompañada de la inteligencia que contribuirá a la aplicación efectiva de las estrategias de seguridad pública.
Antes de un despliegue de tales dimensiones, hay que tener claro qué problemática se va a atacar y establecer los parámetros para medir y evaluar los resultados.
Por tanto, para lograr avances importantes en esta materia es esencial contar con tecnología adecuada a la realidad de cada institución para hacer un análisis a fondo de las necesidades y del universo de datos que se generan tanto al interior como el exterior de las agencias de seguridad y con los cuales se puede obtener valor y, en consecuencia, inteligencia.
Para las organizaciones de seguridad nacional por otro lado, el creciente poder de cómputo, el volumen y disponibilidad de datos, así como los avances en ciencias de datos, analítica e inteligencia artificial, pueden ayudarles a convertir los enormes volúmenes de datos en insights altamente útiles y predictivos para tener una aproximación regional e integral para mantener el estado de derecho y ser un referente para todo el aparato de seguridad de un país.
De este modo, con una metodología y tecnología adecuadas, es posible reunir fuentes de datos de forma rápida, eficiente y coherente para que los analistas puedan generar la inteligencia necesaria para tomar decisiones tácticas y estratégicas.
Todo lo anterior, al complementarse con las políticas de seguridad pública continuas y de largo plazo, así como con un mejor aprovechamiento de los presupuestos, la colaboración real entre instituciones y organizaciones nacionales e internacionales, la tecnología se convierte en parte integral de la una línea de defensa más robusta y global contra el crimen, la inseguridad y el riesgo.
Por Mario Ulloa, Especialista en el Desarrollo y Consultoría de Seguridad Pública y Seguridad Nacional para SAS Latinoamérica.