En medio de la guerra fría, en los años ochenta, apareció una película con el título de esta columna. Mathew Broderick encarnaba el personaje principal, un muchacho experto en computadoras, cuya adicción a los juegos lo llevó a interactuar con la computadora de El Pentágono.
La computadora “pensaba” que estaba jugando una simulación y no la realidad, aunque tenía en su poder la posibilidad de lanzar las cabezas nucleares, pues su programación estaba basada en aprendizaje de máquina, con el objetivo de lograr el triunfo en cada uno de los juegos de guerra que comenzaba.
La reciente invasión de Rusia a Ucrania me recordó esta película porque se trata de un juego de guerra, por varias razones. La primera de ellas, Vladimir Putin ha calculado el conflicto en un momento de debilidad de los aliados de occidente: tanto Estados Unidos como Europa se encuentran sin liderazgos fuertes, ni son una amenaza para ir a la guerra después de librar la batalla contra el COVID-19.
En segundo lugar, Putin sabe perfectamente que a ninguna de las partes les conviene librar una batalla campal. Es decir, enfrentar a los ejércitos de la OTAN contra su ejército. Lo que pretende es lograr avanzar en la conquista de Ucrania por la fuerza, para sentarse a negociar un puesto en la OTAN, o la inclusión de esta pequeña nación en el poderío ruso como país satélite y congelar el conflicto por tiempo indefinido.
La tercera razón, es que las guerras parecen librarse de una manera diferente a la que estamos acostumbrados históricamente. El lanzamiento de misiles es mayor que las incursiones por tierra; la invasión aérea y el control del espacio es fundamental para lograr una rápida victoria sin tantas pérdidas humanas y materiales.
En cuarto lugar, Rusia podría utilizar su armamento cibernético en caso de que le conflicto escalara al siguiente nivel y los ejércitos de occidente quieran entrar en la guerra convencional. No descarte que veamos nuevos virus cibernéticos o apagar los sistemas de seguridad nacional de los países, incluido Estados Unidos.
Rusia ha probado antes sus armas cibernéticas en años recientes cuando intervino en la elección de presidente de Estados Unidos, para favorecer a Donald Trump. Y lo ha hecho en otros países para ganar influencia.
En este sentido, existen pocos países, como Holanda, que ha creado un departamento de seguridad nacional cibernético, para impedir la caída de sus sistemas computacionales y de defensa en caso de una guerra cibernética.
Un quinto argumento es que la invasión a Ucrania también es una guerra propagandística para impulsar la idea de un estado fuerte, totalitario, como el ruso; mostrarlo como un estado triunfador y poderoso que debe permanecer en el poder y ampliar su margen de influencia en Europa. En contraste, los presidentes de gobiernos democráticos que aparecen en occidente son tan débiles, pusilánimes, y hasta cobardes, que deberían desaparecer.
Estos argumentos me permiten afirmar que la guerra contra Ucrania es el comienzo de un reordenamiento internacional, tanto en lo ideológico –totalitarismo vs democracias– como en la manera de gestionar los conflictos bélicos usando tecnologías que permitan disminuir los costos y maximizar las ganancias de los países. Esperemos que este cambio sea para el bien del mundo y podamos regresar a una etapa de una paz más duradera.
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El autor de la columna “Tecnogob”, Rodrigo Sandoval Almazán, es Profesor de Tiempo Completo SNI Nivel 2 de la Universidad Autónoma del Estado de México. Lo puede contactar en tecnogob@pm.me y en la cuenta de Twitter @horus72.