Recientemente el organismo Transparencia Internacional, publicó el “Índice de Percepción de la Corrupción 2014” y de acuerdo con dicho estudio, México ocupó el lugar 103 de 175 países evaluados y destaca por contar con la peor calificación de los 34 países que forman la Organización para la Cooperación y Desarrollo Económicos (OCDE).
Ese mismo organismo define la corrupción como “el mal uso del poder encomendado para obtener beneficios privados” y aunque el índice muestra el grado de corrupción en el sector público desde la percepción de empresarios y analistas de los países encuestados, me parece que debe preocuparnos por el alto impacto que tiene en la sociedad y por consiguiente en cualquier ámbito ya sea organizacional, profesional o individual.
Una interpretación particularmente importante de esta calificación reprobatoria es que señala la vulnerabilidad con la que las empresas en México operan en materia de control interno, restándoles credibilidad, honestidad y valor al ámbito empresarial. Es inevitable cuestionar el papel que desempeñamos los individuos que conformamos dichas organizaciones. Principalmente quienes tenemos una responsabilidad superior en cuanto a recursos, ya sean financieros, materiales o humanos.