Hace unos días aparecieron unos “robots” en un estadio de futbol americano en Estados Unidos. Los supuestos androides causaron sensación en las redes sociales por que se veían demasiado “humanos” y reales, pero a la vez tenían la forma de auténticas máquinas. El truco era un evento publicitario de Disney para lanzar su campaña sobre una serie de televisión próxima a estrenarse: The creator.
Sin embargo, dado el avance de la inteligencia artificial (IA), estos eventos parecen cada vez más cercanos. Mucha gente pensó que eran reales, y la expectativa sobre que tuviéramos que vivir entre robots parecía demostrarse con este hecho.
El suceso no es aislado. Se inscribe en un contexto de noticias que han circulado sobre el avance de estas máquinas alrededor del mundo (NMas por Instagram, por ejemplo). A pesar de que es cierto que existen grandes avances en el software de IA, falta mucho para que los robots tengan las destrezas y movilidad parecida a los seres humanos.
Lo que podremos ver muy pronto serán “robots de servicios” que combinen el uso de Modelos de Grandes Lenguajes (LLM) con el que funciona ChatGPT y una interfase –pantalla o voz– que permita interactuar con la máquina. Un Siri o Alexa revolucionado, pero con movimientos limitados.
Esta situación nos conduce a algunas reflexiones. La primera reflexión es que existe una expectativa sin precedente sobre la robótica. Los avances en la computación y telefonía celular nos han hecho más exigentes: no basta tener pantalla táctil o reconocimiento facial para que funcione nuestro teléfono; no es suficiente la cámara de grandes pixeles, o el mayordomo virtual al que le damos órdenes con la voz… queremos algo más, queremos ver y tocar los robots.
Por ello, la industria de la tecnología está en un gran aprieto. Ellos han creado la expectativa y fomentado la “necesidad” que ahora parece imparable, pero aún no cuentan con la tecnología para desarrollarla y menos para comercializarla.
Aún falta un largo trecho para tener el poder de cómputo suficiente para que un robot se desplace de forma independiente, que pueda venderse comercialmente a un precio accesible para hacerlo masivo.
Una segunda reflexión es que no está muy claro hacia dónde apunta el uso de la robótica. La lógica nos dice que lo ideal es crear robots de servicio, que apoyen con tareas rutinarias y nos quiten de encima el peso burocrático o engorrosos trámites. Pero la industria parece ir en otra dirección: los robots armados para tareas de defensa o de guerra parecen cobrar fuerza y tener una demanda insospechada de muchos países, aún contra lo que muchos pudiéramos pensar.
Los robots en el estadio parecen ser una advertencia. Generaron expectación, pero también temor, duda, incertidumbre. ¿Hacia dónde debe ir la tecnología? ¿Debemos permitir que nos invada hasta límites insospechados? ¿Cuánto tiempo tenemos hasta que lleguen realmente los robots a nuestras vidas? Será un destino que tendremos que enfrentar en el futuro.
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El autor de la columna “Tecnogob”, Rodrigo Sandoval Almazán, es Profesor de Tiempo Completo SNI Nivel 2 de la Universidad Autónoma del Estado de México. Lo puede contactar en tecnogob@pm.me y en la cuenta de Threads @horus72.