Después de las compras nos sentimos contentos, satisfechos. Pensamos que hemos adquirido un buen producto, que somos muy inteligentes por que lo compramos a buen precio, o aprovechamos la “oferta” y nos hace sentir que le hemos ganado algo adicional al vendedor. Lo mismo pasa cuando compramos la fruta o la verdura, o cuando adquirimos una casa, un auto o una computadora.
Como buenos consumidores de una economía capitalista, pensamos que cumplimos con nuestro deber de comprar. La realidad es otra: hemos sido manipulados para hacer nuestras compras.
Hubo un tiempo donde ésta “persuasión” era superficial. A mediados del siglo XX el auge de la radio y la televisión fueron las herramientas para transmitir anuncios publicitarios y campañas masivas que nos impulsaban a elegir productos determinados o algunos servicios. La competencia era feroz, las campañas publicitarias en muchos casos brutales. Todo eso cambió con la llegada de Internet.
El punto de inflexión fue que la red permitió algo que no se había podido nunca antes: campañas de publicidad personalizadas. Es decir, en lugar de apostarle a segmentos de población (amas de casa, profesionistas) que no tenían identidad específica y cuyas necesidades podían ser tan diversas. Ahora se podrían construir perfiles de personas con la información que tenemos por el acceso a Internet.
Cada clic en una ubicación, cada apertura de un sitio web, en determinada hora, en cierta ubicación geográfica y por las características demográficas de una persona (sexo, edad, escolaridad) permiten establecer tendencias claras sobre nuestros gustos, intereses y perfiles de compras. Si a ello le sumamos la información histórica que poseen de nosotros, nuestro acceso a Facebook, Twitter y paginas de noticias o pasatiempos, logran construir una imagen bastante clara de quiénes somos y qué buscamos.
La socióloga y escritora estadounidense Shoshana Zubboff llamó “capitalismo de vigilancia” a esta forma de construir perfiles y de hacer transacciones en línea. En el siglo XXI entramos de lleno a una era digital donde gran parte de la publicidad, las ventas y la mercadotecnia ha pasado a través de la tecnologías de información y comunicación, el acceso a Internet y los datos personales.
En su libro El capital en el siglo XXI, Thomas Pikketi hace un estudio de las nuevas relaciones económicas de los ciudadanos, pasando por generar riqueza de lo material a digital. Hoy en día, gran parte de nuestra labor es manejar la información digital que generamos y que nos exigen en todas partes: bancos, escuelas, comercios, etc.
El pago con tarjeta se ha convertido en una necesidad para muchos pequeños comerciantes que antes solamente aceptaban efectivo. En muchos países como Noruega y Dinamarca ha sido rebasado ya el dinero efectivo para realizar sus transacciones de manera electrónica o digital.
El avance de la tecnología para vigilarnos, persuadirnos para comprar, o llevarnos al precipicio del crédito es un asunto bastante serio. ¿Qué podemos hacer ante ello?
No mucho, porque estamos inmersos dentro de este sistema perverso del cual difícilmente podemos salir. Tenemos dos opciones que nos pueden ayudar a sobrevivir esta relación.
La primera opción es el auto-control de los datos personales y aceptar que toda nuestra interacción digital (clics, visita a sitios web, emails, compras en línea) son vigilados por las empresas de tecnología. Con esta comprensión debemos decidir qué datos compartimos, dónde los ponemos y qué información no queremos compartir para evitar ser persuadidos en el futuro por esas decisiones.
La segunda opción, es mantener un equilibrio entre la economía digital y la economía física. Una parte del dinero que genere riqueza a nivel digital y la otra dentro de la economía tradicional. Esto aún es posible, pero en el futuro cercano no lo será. Esta opción podría cuidarnos de ese mundo virtual.
Seguramente habrá otras alternativas que explorar en este tema, pero la más importante debe ser la protección de los datos personales, no sólo para evitar ser influenciados en el futuro por las marcas y las tendencias de la moda, que seguramente nos conocen muy bien; sino para cuidar nuestra intimidad, la salud y nuestra vida personal. Falta mucho por hacer en esta dirección, pero esperemos que el futuro sea mejor que los riesgos que vivimos actualmente.
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El autor de la columna “Tecnogob”, Rodrigo Sandoval Almazán, es Profesor de Tiempo Completo SNI Nivel 2 de la Universidad Autónoma del Estado de México. Lo puede contactar en tecnogob@pm.me y en la cuenta de Twitter @horus72.