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El reto de la IA que viene

El teléfono celular se ha convertido en mi asistente personal. Le pido que me recuerde eventos, haga listas de compras, envíe correos electrónicos o simplemente busque un contacto para hacer una llamada. En nuestras manos tenemos una Inteligencia Artificial (IA) de primera generación (Inteligencia Artificial Estrecha). Sin pensarlo mucho, las bocinas inteligentes, los chips de los autos, el uso de Instagram, LinkedIn, TikTok, Google, nos demuestran cuánto utilizamos y dependemos de esta tecnología.

El cine, las series y los superhéroes han deformado nuestra idea sobre la Inteligencia Artificial, para infundirnos miedo sobre el impacto que tiene en nuestras vidas. Sin embargo, hoy en día, la IA ayuda a los radiólogos a detectar cáncer en pulmones con cero errores, apoya a los jueces a revisar cientos de hojas de un expediente y determinar si las demandas proceden o no, y a proponer sentencias en pocos minutos.

La IA ha mejorado el reconocimiento facial y el reconocimiento del habla hasta reconocer objetos, y más recientemente se aplica en programar drones que pueden cambiar el futuro de la paquetería, la agricultura e incluso la guerra; sin contar con el desarrollo de automóviles autónomos más seguros que los manejados por humanos.

Sin embargo, el desarrollo de IA que está ocurriendo en varios países del mundo también puede generar una desigualdad nunca antes vista.

Los dueños de las patentes para desarrollar y comercializar estas tecnologías serán quienes monopolicen los mercados de software, los robots, los drones, las supercomputadoras, los vehículos autónomos e incluso las naves espaciales y satélites.

El asunto no es menor cuando pensamos que sólo tenemos dos opciones ante el auge de la IA: somos compradores o vendedores de la tecnología. O como diría Yuval Noah Harari: seres humanos que programan a otros, o seres humanos programados y dirigidos.

Esta desigualdad puede llevarnos a la discriminación: “No hacemos negocios con ustedes si no utilizan IA”, o bien, “no tenemos tratos comerciales hasta que sus estándares de producción con IA sean similares a los nuestros”.

Podemos convertirnos en personal de mantenimiento de los robots y de supercomputadoras, productores de piezas sueltas, pero no tendremos posibilidades de competir en un mundo que lleva diez años de ventaja desarrollando esta tecnología.

Si bien el problema que he tratado de simplificar en estas líneas es demasiado complejo y requiere mayor estudio, le propongo algunas ideas que pueden comenzar a resolverlo.

Una solución es construir nuestra propia soberanía tecnológica, lo cual significa tener una infraestructura de servidores y poder de cómputo propio, evitando los servidores de otros países y mantener el control de nuestros datos, nuestras patentes y tecnologías dentro del país.

Otra solución es impulsar un conjunto de universidades y centros de investigación enfocados en desarrollar capital humano especialista en IA. Esto es algo que ya está ocurriendo en muchos países del mundo –China, Alemania, Estonia, Inglaterra, Estados Unidos–, pero que en México no contamos con ello o es muy incipiente; parece que sólo estamos esperando que llegue la ola de IA para subirnos en ella y reaccionar hasta entonces.

Una idea más sería crear condiciones para la transformación industrial y pasar de la industria 2.0 a la industria 4.0. Dejando de ser una industria manufacturera por una economía de datos que impulse tanto el cambio tecnológico como la adaptación a la nueva realidad de la IA. Vamos con retraso en esta carrera tecnológica, pero aún estamos a tiempo de cambiar el destino de nuestras naciones.

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El autor de la columna “Tecnogob”, Rodrigo Sandoval Almazán, es Profesor de Tiempo Completo SNI Nivel 2 de la Universidad Autónoma del Estado de México. Lo puede contactar en rsandovuaem@gmail.com y en la cuenta de Twitter @horus72.

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