En el hemisferio occidental hemos sido educados con la idea del temor a la muerte. La muerte ha sido la única frontera que nuestra ciencia no han podido derrotar. Quizás por eso le tenemos tanto miedo, no podemos contra ella. En oriente, la muerte es una etapa más del camino, un cambio de vida, una idea con la cual hay que convivir todos los días.
La pandemia nos ha forzado a pensar a diario en la muerte. La posibilidad parece más cercana y eso nos aterra. En México, las culturas prehispánicas tenían una percepción más cercana a oriente, por eso, cada noviembre honramos a nuestros muertos. Más que un festejo es un recordatorio de lo frágiles que somos.
La revolución tecnológica está por romper este paradigma. Las grandes compañías tecnológicas como Google-Alphabet con su empresa Calico o Jeff Bezos, de Amazon, con su empresa Altos Lab destinan importantes cantidades dinero a investigaciones sobre la inmortalidad.
La naciente Inteligencia Artificial sumado a la computación cuántica permiten procesar millones de datos y realizar múltiples tareas que antes se antojaban imposibles para generar alternativas de inmortalidad.
¿Cuáles son estas alternativas?
Hay cinco caminos. El primero es lograr almacenar los recuerdos, la personalidad, los conocimientos de un ser humano en una memoria digital. Todavía no existe un disco duro que pueda almacenar 80 años de vida humana, con todas sus experiencias, imágenes, diálogos, conocimiento vertido en ella. El segundo camino es “copiar” el cuerpo de las personas en uno parecido; la ciencia ficción lo llama clones, pero le apostamos a que la biotecnología pueda replicar exactamente un ser humano, de tal forma que cuando envejece lo suficiente se pueda “transferir” su experiencia de vida a este nuevo cuerpo.
El tercer camino está relacionado con la anterior: alargar la vida del cuerpo. Mediante la regeneración de los órganos o partes del cuerpo que fallen o se encuentren mal estado – corazón, intestinos, hígado, pulmones, brazos, piernas – a través de la misma tecnología de los clones y así ir alargando la vida humana cuyos organismos siempre sufrimos desgaste o enfermedades.
El cuarto camino es lograr esta regeneración de órganos, pero además mejorarlos. Diría Yuval Noah Harari: crear superhumanos, a través de implantes robóticos ojos, oídos, nariz, brazos, piernas –que permitan ser más eficientes, más rápidos, menos enfermizos, un hombre nuclear de los años ochenta.
El quinto camino es transferir la experiencia de vida a un humanoide. Un robot con forma humana, que no necesariamente sea parecido a su creador, pero que incluya un cuerpo revolucionado y una mente apoyada con Inteligencia Artificial.
Seguramente las novelas y películas de ciencia ficción podrán inventar más alternativas de las aquí descritas. Ninguna de ellas es posible con la tecnología actual. Pero su desarrollo y avances paulatinos implican un negocio futuro de magnitudes inimaginables. No sólo los ricos podrán aspirar a convertirse en Matusalén, sino los pobres podrán intercambiar partes de su cuerpo por otras para vivir más años.
En cualquier caso, romper el ciclo de la vida y la muerte implica otras consecuencias. ¿Qué pasará en el equilibrio del mundo si la gente deja de morir? ¿Habrá suficientes recursos y espacio para todos? ¿Qué derechos tendrán los humanoides? ¿Los que tengan el poder podrán conservarlo eternamente? Al no encontrar respuestas a estas preguntas, lo mejor será seguir celebrando la vida y recordando la presencia invisible de la muerte en nuestra existencia, como una manera de aprovechar el tiempo disponible. Dejemos que escritores y científicos se peleen por el futuro. ¿No cree usted?
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El autor de la columna “Tecnogob”, Rodrigo Sandoval Almazán, es Profesor de Tiempo Completo SNI Nivel 2 de la Universidad Autónoma del Estado de México. Lo puede contactar en tecnogob@pm.me y en la cuenta de Twitter @horus72.