La presencia de mujeres en puestos de liderazgo, tanto en el sector público como en el privado, se ha convertido en un tema ineludible. A pesar de los progresos logrados, persisten brechas y desafíos que involucran a todos los actores de la sociedad. Estamos hablando de un panorama donde la inclusión no debe verse como una meta exclusivamente femenina, sino como un esfuerzo colectivo que beneficie la competitividad y el desarrollo de cualquier organización o institución.
En el ámbito público, la llegada de la primera mujer a la presidencia de México en 2024 fue un acontecimiento histórico que visibilizó el liderazgo femenino a escala nacional. Sin embargo, es sólo uno de los muchos pasos necesarios. Si bien las cuotas de género han elevado la presencia de mujeres en diversos cargos, no resuelven las limitaciones estructurales por sí mismas. De nada sirve alcanzar un porcentaje si la cultura interna de las oficinas gubernamentales —desde los hábitos de trabajo hasta la asignación de presupuestos— no integra de manera efectiva la perspectiva de la mujer. El verdadero reto es asegurar que esas funcionarias tengan las herramientas y el reconocimiento para ejercer su función con autonomía y proyección a largo plazo.
Mientras tanto, en el sector privado, muchas compañías se esfuerzan por implementar programas de mentoría o planes de carrera que prioricen la diversidad. No obstante, también se requiere un cambio cultural que elimine la percepción de que las mujeres debemos “probar más” nuestra valía. Las empresas todavía batallan con el sesgo inconsciente que asocia la maternidad o el deseo de formar una familia con la falta de compromiso laboral. Para que se produzca un avance real, las políticas de conciliación deben comprender que tanto hombres como mujeres comparten responsabilidades familiares. La corresponsabilidad no es un favor hacia ellas, sino una estrategia que fortalece el talento y la estabilidad de los equipos de trabajo.
La combinación entre visibilidad y acción concreta cobra especial relevancia en este año. Si una mujer ocupa por primera vez la presidencia, eso significa que múltiples estructuras de poder se han movido para permitirlo. Sin embargo, también expone los vacíos pendientes: en la política municipal, estatal y federal sigue habiendo inercias que frenan un mayor avance, y en muchas organizaciones privadas se mantiene una infrarrepresentación de las mujeres en puestos directivos. La historia nos ha enseñado que romper el “techo de cristal” en un solo nivel no garantiza un cambio profundo en el conjunto.
Es aquí donde destaca la importancia de entender la inclusión como algo más que un porcentaje o una política aislada. Numerosos estudios demuestran que contar con equipos diversos potencia la innovación, la productividad y la adaptabilidad. Cuando hombres y mujeres acceden en igualdad de condiciones a la toma de decisiones, los resultados son más enriquecedores para la empresa y, en el caso del sector público, para la ciudadanía. Por eso, mirar hacia 2025 exige que las organizaciones revisen el modo en que diseñan sus procesos de reclutamiento, capacitación y promoción interna.
A lo largo de mi trayectoria en LLYC México, he podido observar cómo la comunicación puede ser un poderoso motor para impulsar este cambio. En lugar de limitarse a señalar problemas o destacar “casos de éxito” individuales, las empresas y las instituciones tienen la oportunidad de generar narrativas inclusivas que visibilicen el talento de las mujeres en todos los niveles. Es fundamental contar historias que no solo giren en torno a figuras emblemáticas, sino que muestren a las mujeres liderando proyectos de alto impacto, gestionando presupuestos y construyendo redes de colaboración.
El enfoque en las cuotas puede funcionar como punto de partida, sobre todo en entornos muy desiguales, pero no debe convertirse en la meta final. El objetivo es crear una cultura meritocrática de verdad, donde la condición de género no sea un factor limitante o diferenciador negativo. Es evidente que, si históricamente las mujeres han cargado con mayores responsabilidades de cuidado y enfrentado prejuicios, la solución va más allá de asignar espacios, debe inclinarse por revisar las normas y prácticas que fomentan o permiten esas desigualdades.
A su vez, los hombres deben asumir un papel activo en este proceso. Ellos pueden —y deben— ser aliados que promuevan cambios estructurales y culturales para garantizar un entorno más equitativo. Practicar la corresponsabilidad, cuestionar estereotipos y defender las aportaciones de sus colegas mujeres son gestos que contribuyen a forjar una organización realmente incluyente. Eso sí, no debemos olvidar que se trata de un compromiso continuo, no de una acción puntual o una tendencia pasajera.
El año 2025 nos recuerda que la equidad de género no es una utopía ni un simple ideal, sino una dimensión estratégica que impulsa la competitividad y la innovación. Tanto el sector público como el privado avanzan cuando el talento se valora sin importar el género, cuando se rompe el temor a la maternidad como un obstáculo profesional y cuando las oportunidades de liderazgo se otorgan por capacidad y visión, no por cumplir un número.
Los primeros 100 días de una mujer en la presidencia de México —si bien significan mucho desde el plano simbólico— no son la panacea que resolverá automáticamente las brechas de género. Pero sí puede ser un hito que inspire a más mujeres a considerar posiciones de influencia y a más hombres a reconocer el potencial que se pierde al ignorar la mitad del talento de la población. Al final, la meta de un país y un mercado laboral más inclusivos se construye día a día, con acciones y decisiones de los líderes de hoy y las generaciones que vienen detrás.
No queda duda de que el reto es grande y está vigente. Pero el potencial de transformación es también inmenso. El panorama para las mujeres en los sectores público y privado de México en 2025 aún demanda esfuerzo, consciencia y cambios profundos. Sin embargo, la combinación de avances legales, conciencia social creciente y la determinación de profesionales y ciudadanos comprometidos nos ofrece la promesa de un futuro más equitativo. Esperemos que, al final de este año y los que vendrán, podamos decir que las mujeres están liderando con el respaldo, la cooperación y la admiración de toda la sociedad.
– Catalina Barragán, Mexico Reputation & Leadership Director LLYC México.